Leyendas. Gustavo Adolfo Bequer.

LA VOZ DEL SILENCIO

(TRADICIÓN DE TOLEDO)


En una de las visitas que como remanso en la lucha diaria
hago a la vetusta y silenciosa Toledo, sucedieron estos peque-
ños acontecimientos que, agrandados por mi fantasía, traslado
a las blancas cuartillas.

Vagaba una tarde por las estrechas calles de la imperial ciudad
con mi carpeta de dibujo debajo del brazo, cuando sentí que
una voz como un inmenso suspiro pronunciaba a mi lado vagas
y confusas palabras: me volví apresuradamente y cuál no sería
mi asombro al encontrarme completamente solo en la estrecha
calleja.

Y, sin embargo, indudablemente una voz, una voz

extraña, mezcla de lamento, voz de mujer sin duda, había
sonado a pocos pasos de donde yo estaba. Cansado de buscar
inútilmente la boca que a mi espalda había lanzado su confusa
queja, y habiendo ya sonado la hora del Angelus en el reloj de
un cercano convento, me dirigí a la posada que me servía de
refugio en las interminables horas de la noche.

Al quedarme solo en mi habitación, y a la luz de la débil
y vacilante bujía, tracé en mi álbum una silueta de mujer.
Dos días después, y cuando ya casi había olvidado mi pasada
aventura, la casualidad me llevó nuevamente a la torcida
encrucijada teatro de ella.

Empezaba a morir el día; el sol teñía

el horizonte de manchas rojas, moradas; caía grave en el
silencio la voz de bronce de las horas. Mi paso era lento, una
vaga melancolía ponía un gesto de duda en mi semblante.
Y otra vez la voz, la misma voz del pasado día, volvió a turbar
el silencio y mi tranquilidad.

Esta vez decidí no descansar hasta

encontrar la clave del enigma, y cuando ya desconfiaba de mis
investigaciones, descubrí en una vieja casa, de antiquísima
arquitectura, una pequeña ventana cerrada por una reja de
caprichoso y artístico enrejado. De aquella ventana salía,
indudablemente, la armoniosa y silente voz de mujer.
Era completamente de noche, la voz-suspiro había callado
y decidí volver a mi posada, en cuya habitación de enjalbegadas
paredes, y tendido en el duro lecho, ha creado mi fantasía una
novela que, desgraciadamente..., nunca podrá ser realidad.

Al día siguiente, un viejo judío que tiene su puesto de
quincalla frente a la vieja casa en que sonó la misteriosa voz, me
contó que dicha casa está deshabitada desde hace mucho
tiempo. Vivía en ella una bellísima mujer acompañada de su
esposo, un avaro mercader de mucha más edad que ella. Un día
el mercader salió de la casa cerrando la puerta con llave, y no
volvió a saberse de él ni de su hermosa mujer. La leyenda cuenta
que desde entonces todas las noches un fantasma blanco con
formas de mujer vaga por el ruinoso caserón, y se escuchan
confusas voces mezcladas de maldición y lamento.

Y la misma leyenda cree ver en el blanco fantasma a la bella
mujer del mercader avaro.

Voz de mujer que como música celeste, como suspiro de un
alma enamorada, viniste a mí, traída por la caricia del aire lleno
de aromas de primavera. ¿Qué misterio hay en tus palabras
confusas, en tus débiles quejas, en tus armoniosas y extrañas
canciones?

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